Análisis y debate

Jóvenes y Salud en Tiempos de Crisis

By 5 mayo, 2020 septiembre 4th, 2020 No Comments

Una buena salud tiende a ser lo primero que nos viene a la cabeza cuando pensamos en lo que más valoramos, no obstante, rara vez nos planteamos el efecto que tiene la estructura social sobre ella. En una situación excepcional como en la que nos encontramos, es necesario reflexionar sobre esto y para ello podemos revisar los efectos que anteriores crisis globales han podido tener sobre los indicadores de salud de las y los más jóvenes, por si nos ayuda a enfrentar la incertidumbre.

Observar los principales indicadores de salud física, salud mental y hábitos saludables de la población joven antes y después de la crisis económica de 2008, cuyos efectos siguen presentes en nuestra sociedad, nos permite colocar una lupa en el impacto de las desigualdades económicas sobre la salud de la población y nos puede ayudar a inferir lo que nos espera en los próximos años. Nos basaremos en el proyecto: “Millennials ante la adversidad: efectos de la crisis sobre la salud, los hábitos y la percepción de riesgos”, una investigación financiada por la convocatoria de Ayudas a la Investigación de 2017, en concurrencia competitiva, del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud. Pedro Gallo de Puelles y Marga Marí-Klose fueron los investigadores principales y podemos encontrar tanto datos cualitativos como cuantitativos sobre el estado de salud de la juventud española.

Los datos muestran claramente que los efectos sociales de las crisis sobre la salud no se distribuyen de manera aleatoria en la población. Variables sociodemográficas, económicas y sociolaborales tienen un impacto directo tanto sobre la percepción subjetiva de la salud como sobre indicadores biomédicos.

Cuando hablamos de salud física nos referimos a la autopercepción de salud, las limitaciones derivadas de enfermedades, enfermedades crónicas, el uso de servicios médicos y el consumo de fármacos, las prácticas preventivas y accidentes. Analizando los datos de población joven de entre 18 y 34 años, prácticamente en todos los indicadores hay una serie de variables que afectan negativamente a la salud: edades más avanzadas, personas con poder adquisitivo bajo – en situación de desempleo, precariedad laboral o problemas de vivienda –, con menos nivel educativo y de nacionalidad extranjera tienden a tener peores niveles de salud. Además, hay que destacar una profunda brecha de género prácticamente en todos los indicadores. Las mujeres tienen una peor autopercepción de su salud, una mayor probabilidad de verse limitadas por la misma, consumen más medicamentos y también realizan con mayor frecuencia prácticas preventivas – sobre todo las que tienen un nivel de estudios superior y una clase social más elevada. Las diferencias entre géneros se ven acentuadas al analizar la salud mental; en 2017, hasta un 17,3% de mujeres admitía encontrarse en una situación de riesgo de malestar psicológico frente un 10,9% de hombres.

Centrándonos en los hábitos y el estilo de vida, podemos fijarnos en indicadores como el sedentarismo, la mala alimentación, el consumo de tabaco y alcohol, la obesidad o la higiene buco-dental. De nuevo, la clase social, el nivel de estudios y el apoyo social, emocional y afectivo juegan un papel determinante. A diferencia de los indicadores anteriores, tener menor edad y ser hombre tiende a suponer una peor alimentación, y para hombres también es más frecuente el sobrepeso. Por último, destaca que el consumo de tabaco y alcohol es mayor entre personas ocupadas, diferenciándose de otros indicadores de salud.

Hasta aquí resulta evidente que el impacto de la estructura social se siente en el estado de salud; sin embargo, ¿qué ocurre cuando nos enfrentamos a un período de crisis económica? En varias investigaciones de los últimos años, en períodos de crisis económica se produce un fenómeno contraintuitivo en muchos indicadores de salud: se constata que la salud mejora en períodos de recesión económica y empeora en períodos de crecimiento.

Volviendo a los datos de la investigación de Gallo y Marí-Klose, aunque las diferencias son escasas, se observa una tendencia a sentir que se tiene una mejor salud física en general durante y después de la crisis económica que en períodos anteriores. Además, las características sociodemográficas tienen menor poder explicativo sobre las diferencias en la salud subjetiva y las diferencias entre las categorías son menores para cada variable. Esto es algo que se observa claramente en al ámbito de la salud mental, mientras que en 2006 el 23% de jóvenes afirmaba encontrarse en situación de riesgo de sentir malestar psicológico, en 2012 ese porcentaje disminuye hasta el 17% y en 2017 se encuentra por debajo del 15%. La variación en depresiones u otros problemas mentales diagnosticados es muy reducida y el aumento en el estrés laboral de los años de crisis y post-crisis económica es prácticamente imperceptible. El único indicador en el que se observa cierto crecimiento en los períodos posteriores a la crisis es en el consumo de fármacos antidepresivos y estimulantes. En cualquier caso, para la mayoría de jóvenes que han participado en el proyecto, la crisis económica no es un riesgo directo para su salud y no ha tenido repercusiones sobre la misma. Este discurso cambia en los casos en los que alguien del entorno cercano siente el impacto de la crisis de forma determinante, ya sea por la pérdida del empleo u otras circunstancias.

No existe un consenso claro sobre los mecanismos que empeoran los datos de indicadores de salud en períodos de expansión económica. No obstante, hay algunos elementos propios de esos períodos como la intensificación laboral, el incremento de accidentes laborales y de transportes, la contaminación atmosférica, el consumo de productos nocivos y la disminución de actividades beneficiosas como el ejercicio físico o las interacciones sociales que podrían ser algunas de las causas (Tapia Granados, 2011)[1]. Por otro lado, el contexto colectivo de precariedad en el que se vive en una situación de crisis hace que situaciones de desempleo o niveles adquisitivos bajos sean realidades menos dañinas para la salud mental que en períodos de bonanza económica. También teniendo en cuenta que, en la cohorte de edad analizada, la mayor parte de los y las jóvenes no han afrontado el incremento de gastos fijos que tiende a generarse con el avance de la edad a raíz de prácticas como el pago de hipotecas o la crianza de los hijos.

Durante estas semanas, el enfoque biomédico de la salud se ha vuelto omnipresente tanto en la percepción de las personas que nos encontramos en cuarentena como en los medios de comunicación. Este enfoque también es el predominante en la población joven y supone percibir la salud como “ausencia de enfermedad” o como “(in)capacidad funcional” para llevar a cabo alguna actividad. Siguiendo esto, las enfermedades se suelen presentar como elementos externos, casi aleatorios, que te pueden llegar a afectar o no, pero ante los que la agencia individual es relativamente reducida. Sin embargo, para poder anticipar las consecuencias reales de una crisis como la que estamos viviendo, no podemos olvidar el impacto que las diferencias y desigualdades estructurales tienen sobre nuestra salud como sociedad, sobre todo si consideramos que a la crisis sanitaria le seguirá un periodo de recesión económica importante que se traducirá en un contexto de precarización y pauperización generalizado. Será en ese momento cuando adquieran aún más valor, si cabe, los cuidados interpersonales.

Notas y referencias

[1] Tapia Granados, J. (2011). La mejora de la salud durante las crisis económicas: un fenómeno contraintuitivo. Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, 113, 121–137.

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