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Tratamiento mediático de la violencia asociada a grupos juveniles

By 28 marzo, 2022 No Comments

*María Oliver y Carles Feixa [1]


Síntoma de una falacia más profunda, el sistema bibliográfico de la Librería del Congreso de los Estados Unidos clasifica la categoría “bandas callejeras” como un subconjunto de “patología social”, cuando debería clasificarse dentro de la categoría “historia urbana, políticas de la calle.

(Mike Davis)

En las últimas semanas, y a raíz de dos homicidios cometidos en Madrid el fin de semana del 4 y 5 de febrero de 2022, hemos asistido a una extensa cobertura mediática de la situación de las llamadas “bandas” -añadiendo el adjetivo primero de “latinas” y luego de “juveniles”– en prácticamente todos los medios de comunicación audiovisuales de alcance nacional del país, además de varios medios autonómicos y extranjeros.

Aunque la cobertura se centró los primeros días en analizar los hechos recientes, en tratar de prever lo que sucedería el fin de semana siguiente, y en desglosar, una vez más, simbología y organización de los grupos, lo cierto es que pasado ese momento inicial hemos percibido un interés por las medidas de prevención de la violencia no policiales, por las estrategias de mediación que analizamos desde el proyecto TRANSGANG, e incluso por la parte más social de los grupos que a menudo queda fuera del discurso mediático.

De hecho, lejos de dedicarle un breve pero intenso periodo de tiempo a la cuestión, como ha sucedido en ocasiones anteriores, en las que el interés mediático ha durado apenas una semana, desde el proyecto llevamos algo más de un mes atendiendo a medios de comunicación, y las preguntas e inquietudes que nos han transmitido han ido más allá de los eventos en sí; se ha ampliado el interés hacia nuestro trabajo y hacia el contexto social de los grupos.

El hecho de que se haya dado cabida al discurso de la prevención y de que haya sido posible explicar algo más allá de los lugares comunes en lo que a grupos juveniles se refiere, ha propiciado que algunas instituciones y partidos políticos se hayan a su vez interesado por el trabajo de quienes estudiamos estos grupos y de quienes trabajan con ellos a pie de calle, lo cual sí puede considerarse un avance respecto a ocasiones previas y abre la puerta a la esperanza de que las medidas no policiales de prevención de la violencia obtengan más peso en las políticas públicas de juventud.

¿Qué información? ¿Con qué objetivos?

Desde el punto de vista de la “calidad” del tratamiento de la información y de la cuestión de los grupos, y con honrosas excepciones, no deja de sorprender el contraste entre lo que las personas expertas en el tema queremos transmitir con lo que muestran las imágenes que se repiten en bucle en la ventana adyacente: machetes, coches de policía, heridos en el suelo, sangre… Francisco Martínez habla en su obra Razamaldita (2019) de “sangrevisión”, término que resulta muy ilustrativo para describir esta manera de informar y que genera cierta disonancia cognitiva entre lo que vemos y lo que escuchamos. Y como es bien sabido que una imagen vale más que mil palabras, el discurso de la calma, el de la prevención, la mediación y las medidas sociales queda sepultado por una serie de imágenes alarmistas y preocupantes.[2]

Mención aparte merece ese tipo de prensa y medio audiovisual que busca personas expertas para que den su punto de vista profesional, pero que termina insertando frases sueltas y sacadas de contexto en reportajes sensacionalistas y exentos de cualquier intención constructiva, o que nos piden, después de más de una hora de entrevista, que hagamos con las manos los gestos identificativos de los diferentes grupos. Si los hacemos, esa será la única parte de nuestra participación que sacarán en el programa. Si no lo hacemos, alegando, por cierto, ética profesional y respeto hacia las personas con las que investigamos, nos reprocharán o acusarán de tener “miedo” a los grupos o de “oscurantismo”.

Es cuando menos curioso que, después de casi 20 años de presencia de estos grupos en España y en nuestros medios de comunicación, todavía resulte de interés visualizar una y otra vez cierta simbología, ciertos colores, ciertas frases, como si la mera repetición fuera a exorcizar la presencia de los grupos. Por supuesto no todos los medios ni todos los profesionales de la información actúan igual (una prevención relativista que casi nunca se aplica a las bandas), pero como investigadores vinculados a un departamento de comunicación, creemos que en este caso se han cruzado varias líneas rojas, como algún artículo reciente ha puesto de manifiesto.[3]

 No podemos evitar preguntarnos ¿a quién benefician estas dinámicas? ¿es simplemente una cuestión de audiencias? ¿quién es el público meta de estos programas, normalmente matinales, y qué efecto tiene esta forma de informar sobre el mismo?

Efectos del tratamiento mediático sobre grupos juveniles de la calle

Es inevitable que surja una y otra vez la cuestión de la responsabilidad social que tienen los medios de comunicación — tanto escritos como audiovisuales— en estas y otras situaciones de alarma social, aunque el resultado no varíe mucho de unas ocasiones a otras. El efecto de esta forma de comunicar y de hablar de los grupos juveniles de calle varía en función de quien la reciba: para las y los jóvenes que ya están inmersos en uno de estos grupos puede significar una llamada de atención e incluso puede resultar contraproducente, porque hace que se sientan de algún modo importantes al ser tenidos en cuenta, algo que de normal no les sucede; porque sí, la atención negativa también es atención, al fin y al cabo. Pero la línea que separa la información del alarmismo queda desdibujada.  

Sea como fuere, la tragedia de hace unas semanas, y la situación creada a posteriori en algunos barrios de Madrid y de otras ciudades españolas como Zaragoza y Barcelona, ha tenido algunos efectos positivos no previstos.

El primero, ha permitido aflorar la situación de miles de jóvenes en situación de exclusión social, tanto de origen migrante como nacidos aquí, tanto chicos como chicas, tanto menores como jóvenes adultos, quienes tras una década y media de crisis económica, programas de garantía juvenil ineficaces y crisis pandémica, ven sus proyectos de vida seriamente comprometidos, por lo que pueden verse tentados de construirlos tomado un atajo armados con un machete, aunque solo sea para sentirse poderosos. Como respondimos a un periodista cuando nos preguntó si estábamos de acuerdo en regular la venta de tales instrumentos que pueden llegar a ser mortíferos: “Estamos de acuerdo, pero antes deberíamos preguntarnos qué lleva a un joven a querer conseguirlos”.

El segundo efecto positivo ha sido poder conocer la tarea de proyectos de intervención locales, como los que llevan a cabo entidades como Barrio Más Joven y Rumiñahui, que van más allá de la intervención inmediata y plantean medidas de prevención a medio y largo plazo.

El tercer efecto es que desde el ámbito político se empiezan a buscar medidas complementarias o alternativas a las policiales, como la justicia restaurativa o las experiencias de mediación que estamos investigando desde el proyecto TRANSGANG[4].

Ojalá este efecto mariposa no caiga en saco roto.


[1] Investigadores del Proyecto TRANSGANG (www.upf.edu/web/transgang). Este proyecto ha recibido financiación del European Research Council (ERC) en el marco del programa de Investigación e Innovación de la Unión Europea HORIZON 2020, grant agreement No 742705.

[2] En las últimas semanas hemos intentado, con mayor o menor éxito, aportar nuestro granito de arena al debate. Véase, por ejemplo, algunos reportajes aparecidos en prensa, radio y televisión que se han hecho eco de nuestro conocimiento situado.

[3] Véase, por ejemplo, Cristina Barrial, “Muera la banda, viva el orden”, El Salto, 15-03-2022. https://www.elsaltodiario.com/juventud/muera-la-banda-viva-el-orden

[4] Véase Feixa, C., Ballesté, E., Oliver, M., Núñez, K., Guiteras, X., & Moraño, X. (2022). Investigando Grupos Juveniles de Calle en España. (Trans)Bandas en Barcelona y Madrid.  Barcelona: Universitat Pompeu Fabra & European Research Council. http://dx.doi.org/10.31009/transgang.2021.wp06.2.  

*María Oliver es investigadora local del proyecto TRANSGANG en Madrid, graduada en Estudios Ingleses, máster en Formación del Profesorado y doctoranda en Comunicación en la UPF, especializada en mediación y mujeres en grupos juveniles de calle transnacionales.

*Carles Feixa es el Investigador Principal del proyecto TRANSGANG, financiado por el European Research Council, y catedrático de Antropología Social en la UPF. Especializado en el estudio de las culturas juveniles, ha llevado a cabo investigaciones sobre el terreno en Cataluña, México y Colombia, entre otros.

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