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Posmachismo, o de cómo el patriarcado se adapta en la sociedad actual

By 10 febrero, 2021 mayo 10th, 2023 5 Comments

No recuerdo la primera vez que alguien trató de explicarme lo que era el feminismo pero sé que no fue difícil entender que se basaba en la igualdad entre hombres y mujeres. Parece una idea muy simple y a veces da la sensación de haberse convertido en un lugar común para toda la sociedad. Sin embargo, es muy fácil comprobar lo lejos que nos encontramos de ese objetivo, no solo a nivel estructural sino en los discursos que flotan sobre la barra de un bar, una sala de reuniones, la portada de un periódico, la cocina de un hogar o la tribuna de un representante político. A lo largo de este texto quiero explorar por qué hay tantos hombres que se sienten víctimas de las políticas de género, analizar qué respuestas se generan ante las reivindicaciones actuales de los movimientos feministas y profundizar en el reto que supone asumir y evidenciar nuestra posición de privilegio. 

La ética patriarcal es el conjunto de valores morales que apuntalan el orden social del patriarcado en nuestra sociedad. Estos valores morales permiten justificar la jerarquización de distintas posiciones sociales en función del género articuladas y atravesadas por un reparto desigual del poder, beneficios prácticos y privilegios contrastables. Se establece, a través de juicios de valor, que los elementos asociados a los hombres tienen invariablemente un valor añadido, superior, al de las mujeres; y se justifica de este modo la negación del principio de igualdad.

A lo largo de la historia, la ética patriarcal ha estado siempre presente en la estructura social determinando el estatus, la posición social y los roles asociados a los hombres y las mujeres. Ha permitido apuntalar la desigualdad en la organización social y definir mecanismos de control social como la erosión de la respetabilidad o la demonización de quienes desplegaban comportamientos desviados de la norma, sobre todo en el caso de las mujeres. 

Desde una posición de poder, como la que ocupan los hombres en una sociedad basada en la ética patriarcal, la resolución de cualquier conflicto tiende a incrementar y a concentrar el poder en quienes ostentan ya una posición social privilegiada. Como consecuencia, el conflicto refuerza la desigualdad y el orden social establecido alejándose a su vez de valores ligados a la igualdad. No obstante, la crisis de la posmodernidad ha generado un cambio adaptativo fundamental en la ética patriarcal.

Vivimos en una sociedad cada vez más igualitaria, desde las luchas de los movimientos sufragistas en los siglos XIX y XX y las primeras luchas de los feminismos para evidenciar las desigualdades reales ante la universalidad de los derechos legales se ha recorrido un largo camino promoviendo valores basados en la igualdad entre hombres y mujeres. Se han reducido brechas de género en términos de participación política, acceso a trabajo y recursos, poder, oportunidades, etc. El feminismo ha pasado a ser una amenaza clara a las referencias tradicionales del patriarcado extendiéndose tanto en el ámbito privado como en el público.

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    La generalización y normalización de las reivindicaciones feministas ha hecho que los conflictos ligados al género dejen de suponer necesariamente una pérdida en el estatus social de los colectivos más vulnerables. De este modo, la estrategia clásica del conflicto frontal y la oposición rígida de la ética patriarcal ha dejado de ser efectiva para evitar la pérdida de posición y privilegio de los hombres, al menos de forma generalizada. 

    EL MECANISMO POSMACHISTA

    La adaptación a este nuevo contexto de la ética patriarcal coge forma en los postulados posmachistas, que parten de una aceptación formal y estética de la igualdad y de la crítica reflexiva sobre el patriarcado mientras se despliegan una serie de estrategias paralelas que persiguen los mismos objetivos que la ética patriarcal. Se articula una lógica de “cambio continuista” o de “continuidad en el cambio” basada en un alejamiento formal de las nociones tradicionales del androcentrismo pero con el objetivo final de afianzar a los hombres en su posición de poder. En este sentido, el posmachismo es un fenómeno reactivo, al configurarse como respuesta ante los cambios generados con el posmodernismo y las luchas feministas, pero a su vez es un fenómeno adaptativo, puesto que trata de integrar las referencias patriarcales tradicionales a esta nueva realidad apuntalando en última instancia el orden establecido.

    Cabe preguntarse cómo consigue el posmachismo implementar una estrategia de camuflaje de los valores del patriarcado y distanciarse en apariencia del mismo para, a su vez, terminar reforzando la estructura patriarcal. En primer lugar, el posmachismo no cuenta con una ideología propia sobre la que se pueda debatir. Sus planteamientos se basan en la crítica a las luchas feministas, representadas como sectarias, interesadas contra los hombres y contraproducentes para la sociedad en su conjunto. A partir de una percepción de la realidad en la que la igualdad ha sido alcanzada y no hay grandes conflictos aparentes vinculados a la desigualdad de género, el posmachismo argumenta en esencia que las reivindicaciones de igualdad contemporáneas no son más que estrategias interesadas de las mujeres que buscan acumular privilegios, por lo que deberían ser descartadas. De este modo, a través de la crítica a las demandas de cambio de los movimientos feministas se acaban perpetuando los valores tradicionales y referencias clásicas de la ética patriarcal.

    La ausencia de postulados ideológicos propios y distintivos permite al posmachismo adoptar una apariencia de neutralidad, defendiendo que sus acciones y reivindicaciones persiguen el verdadero interés común de hombres y mujeres. Con frecuencia, los argumentos posmachistas vienen de la mano de una imagen de cientificismo en su presentación y se apoyan en supuestas figuras expertas sin atender realmente al grado de especialización sobre temáticas vinculadas al género que les podría legitimar a la hora de esgrimir argumentos de autoridad.

    Otro aspecto que facilita el camuflaje de los valores del patriarcado es el cambio en la estética de “lo masculino” al romper con la imagen rancia y viril del machismo. Se produce una “feminización” estratégica en su discurso, tanto en la forma, con cambios en la imagen corporal desplegada por los hombres o la búsqueda de referentes de mujeres alineadas con sus posturas, como en el fondo, al reivindicar posiciones tradicionalmente asociadas a roles que ocupaban mujeres como las vinculadas a la crianza de los hijos y las hijas o a la cosificación de los cuerpos. 

    ESTRATEGIAS POSMACHISTAS ANTE LA VIOLENCIA DE GÉNERO

    Todo este aparato de adaptación permite presentar a los hombres como víctimas de la “tiranía” de las políticas de género, diseñadas para beneficiar a las mujeres. En el tratamiento de los casos de violencia de género puede observarse este tipo de estrategias en toda su amplitud. Aunque el posmachismo no puede permitirse cuestionar la realidad de la violencia, puesto que debe promover una imagen de neutralidad y objetividad, despliega una serie de estrategias que cuestionan la noción de la violencia ligada al género:

    1. La primera se basa en promover una sensación de caos que contribuya a confundir, explicar o justificar la violencia de los hombres hacia las mujeres. Esta sensación de caos se consigue introduciendo conceptos que equiparan distintas formas de violencia como la violencia “intrafamiliar” o “doméstica”, poniendo el foco sobre la violencia que ejercen las mujeres hacia los hombres o hacia niños y niñas o insistiendo en la falta de precisión en los datos sobre violencia de género. El argumentario sobre denuncias falsas sería un ejemplo prototípico en este sentido.
    2. La segunda es la responsabilización y culpabilización de las mujeres ante la violencia que sufren al asociarla a su alejamiento de los roles tradicionales. Se responsabiliza a las mujeres por las conductas que han llevado a cabo durante la relación o tras la separación aprovechando y reforzando la mitología de las mujeres malas, perversas, manipuladoras e interesadas que plaga la cultura popular y el imaginario colectivo. Este tipo de estrategias se evidencian especialmente en las luchas por la custodia compartida tras un divorcio, cuando se acusa a las madres de vilificar la figura del padre ante los hijos o hijas sin tener en cuenta el resto de circunstancias que envuelven la separación.
    3. La tercera es la negación de la violencia de género como un problema asentado sobre raíces culturales integradas en la estructura social. No se cuestiona la realidad de la violencia, pero sí se resta su dimensión y su significado. Sólo se tienen en cuenta los casos más graves y se presenta la violencia de los hombres como casos aislados y desencadenados por factores puntuales y circunstanciales como el consumo de drogas, situaciones de exclusión social o perfiles de inmigrantes. Se define una figura de “agresor perfecto” que actúa a modo de chivo expiatorio para la estructura de dominación masculina presente en todo el espectro social.

    Como vemos, estos enfoques permiten perpetuar las relaciones de género que contribuyen a generar situaciones de violencia machista sin negar frontalmente su existencia. En definitiva, la estrategia del posmachismo se basa en críticas a hechos puntuales vinculados a los movimientos por la igualdad buscando un efecto sumatorio y atribuyéndoles consecuencias negativas de cara al futuro para indirectamente ensalzar el pasado patriarcal mientas se enarbola un discurso por la igualdad. Las críticas a acciones inconexas y aisladas de los movimientos feministas se articulan en un mensaje común, en términos marketinianos, que permite impactar en la sociedad sin profundizar en su significado. 

    CÓMO PODEMOS REACCIONAR

    Para terminar, debemos preguntarnos también cómo podemos reaccionar ante esta nueva tendencia del patriarcado y de qué herramientas disponemos para enfrentarnos a una ideología aparentemente inexistente y descoordinada pero que está calando profundamente en nuestra sociedad, muestra de ello es el auge de posturas políticas conservadoras a nivel global. Ni tengo la solución aquí ni el espacio suficiente en este texto para abordar todas las aristas que componen el problema, no obstante, me quiero centrar en un aspecto que considero central: la desinformación. Las estrategias comunicativas que se emplean desde postulados posmachistas tienden a instrumentalizar informaciones falsas o sesgada y es fundamental desplegar mecanismos de control, tanto institucionales como desde el activismo, que permitan generar contranarrativas en cada uno de los casos. 

    Esto también está relacionado con la identidad personal, especialmente en los casos de hombres que no se sienten feministas y que de forma consciente o inconsciente sienten que la sociedad actual está en su contra. Es importante evidenciar que un capital corporal como el mío, por ejemplo, me sitúa inherentemente en una posición de privilegio estructural y que en una sociedad justa ese privilegio no debería existir. A su vez, el género debe entenderse en interconexión con otras condiciones y categorías sociales de identificación y discriminación social como la clase, la etnicidad o la situación migratoria. No obstante, también es fundamental extender el relato de las incontables ventajas que supone ocupar la posición de hombre feminista.

    Centrándome en mi experiencia, se trata de algo que implica un esfuerzo constante por evaluar el propio comportamiento y explorar hasta qué punto sigo influenciado por las estructuras simbólicas tradicionales de género y esto genera una sensación de inseguridad. Sin embargo, incorporar el feminismo en mi forma de ver el mundo también ha sido una auténtica liberación. Las masculinidades tradicionales son extremadamente limitantes y, a pesar de los privilegios que sin duda implican en comparación con la posición de las mujeres, también sitúan una presión permanente asociada a la figura del hombre como representante de la esfera pública. Como reflexión final, creo que es fundamental encontrar un camino para transmitir esa sensación de libertad a los hombres que todavía se sienten amenazados por la pérdida de poder y estatus que supone alcanzar una sociedad más igualitaria.

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    • Patriarcado: aquel sistema en el que el hombre
      resuelve las cuestiones suyas y de los integrantes de su familia,
      ejerciendo un férreo control dominador sobre su familia y los demás,
      haciendo de menos a los demás y solo vale lo que hace el macho, lo que hacen los demás y opinan no sirve, sobre todo si son mujeres expresando su opinión, opinión que será ridiculizada. Persona que le gusta
      escucharse a sí misma y dar sermones en la mesa.
      Cacique, despota, misógino, etc.

    • Hay más hombres que mueren en accidentes laborales porque hacen trabajos más duros y peligrosos, hay más hombres que se suicidan, hay más hombres en las carceles, hay más hombres mendigos…Hay que decirlo todo. Es mejor que nos fijemos en lo que nos une y no en lo que nos separa. Bastantes veces es difícil ser mujer pero hombre también.

    • En la llamada sociedad patriarcal a los hombres nos va bastante mal. Claro que, siempre se puede decir que somos tan calamidad que si la sociedad no fuese patriarcal aun nos iría peor. Yo creo en la igualdad real, una igualdad total, y no una igualdad a la carta como quieren las feministas radicales.

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