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Perfilando el riesgo: género, salud y juventud

By 24 marzo, 2023 No Comments

*Patricia Alia Martínez, Paula García Muñoz, Aarón Hocasar De Blas y Lucía Lapuerta Calderón

Aunque a menudo se imagine el género como una superficie plana dividida en dos escalones, en el que las (des)ventajas tienden a distribuirse dicotómicamente, el género parece tomar formas mucho más escarpadas e irregulares de lo que a priori podría pensarse. En ocasiones, incluso, el terreno del género reserva a los hombres las posiciones más inseguras, las más proclives a la caída ante la incidencia de determinados fenómenos (¡algo tendría que quedar fuera de las lindes del privilegio masculino!). Este es el caso de las conductas y situaciones de riesgo, las cuales resultan ser prácticamente un monopolio de la masculinidad.

Por comentar algunos datos, los jóvenes españoles de entre 15 y 34 años tienden a ser mayores consumidores de casi cualquier tipo de droga –con la única excepción de los hipnosedantes– (Ministerio de Sanidad, 2022), sufren mayor número de accidentes –ya sean estos de tráfico, laborales, en el hogar o durante su tiempo libre– y visitan con menor frecuencia la consulta del médico que sus homólogas femeninas, según datos de accidentalidad de la Encuesta Europea de Salud. Si subimos la apuesta hacia la cuestión de la mortalidad, las diferencias se radicalizan. Así, en el año 2021, las defunciones de chicos de entre 15 y 29 años fueron, respecto a las de ellas, 13’6 veces más por causas de envenenamiento involuntario con sustancias de abuso; 12’2 por ahogamiento; 4’5 en accidentes de tráfico; 3 por causas como suicidios, agresiones y lesiones autoinfligidas; y -volviendo a la metáfora inicial- 3’5 por caídas accidentales (INE). 

Con este escenario, en el presente artículo examinaremos la perspectiva de género a través del Barómetro Juvenil 2021. Salud y bienestar con el objetivo de esclarecer qué condicionantes y características sociales predisponen en mayor medida a las siguientes conductas de riesgo: emborracharse sin perder el conocimiento, tener relaciones sexuales sin protección, colgar fotos íntimas en redes sociales, fumar porros, consumir cocaína o pastillas, conducir bajo el efecto del alcohol o las drogas, meterse en peleas y conducir a gran velocidad.

PERFILES DE RIESGO: PRUDENTES, “NORMIES” Y TEMERARIOS

Tampoco esta tormenta de datos debe sesgar nuestra mirada y conducirnos a pensar en el desgraciado porvenir de todos los hombres jóvenes. Al contrario, existen una pluralidad de formas de habitar la masculinidad y, en consonancia, de relacionarse con el riesgo.

En este sentido, a través de un análisis estadístico de conglomerados, se ha obtenido una tipología de perfiles en relación con las conductas de riesgo que consta de tres categorías de individuos entre la juventud española. En primer lugar, la de los temerarios, conformada por aquellos con una puntuación alta en todos los tipos de riesgos analizados y que constituye un 19’6% de la juventud. En segundo lugar, la de los normies -aquellos que únicamente se exponen a las conductas de riesgo con menor estigma social, como emborracharse y fumar porros- que son el 34’1% de la juventud. Y en tercer y último lugar tenemos a los prudentes, los cuales rechazan cualquier tipo de exposición a estas actividades y conforman el grupo mayoritario, siendo casi la mitad de la juventud.

¿Cuáles son las características sociales que empujan en mayor medida a la juventud a exponerse al riesgo, a pertenecer a un grupo u otro? Aunque no se aprecian grandes diferencias dependiendo del grupo de edad, hay una tendencia a la polarización del riesgo en el grupo de edad de 25 a 29 años, es decir, a que se encuentren entre el grupo de los prudentes y en el de los temerarios, pero destacando en este último si se hace una comparación con el resto de los grupos de edad. Respecto al nivel de estudios, se observa que más de 1 de cada 3 integrantes del grupo de los temerarios ha alcanzado los estudios secundarios.

Sin embargo, coincidiendo con investigaciones previas (Cockerham, 2018; Kavanagh y Graham, 2019; Mamani, 2020), la variable que se distribuye de manera más desigual y, por tanto, la que tiene mayor capacidad explicativa es el género. Así, podemos observar en el Gráfico 1 cómo a medida que aumenta la exposición al riesgo disminuye la proporción de mujeres en el conglomerado y viceversa.

Conglomerados de conductas de riesgo según género

Fuente: elaboración propia a partir de los datos de Fad Juventud (2021)

¿A qué se puede deber esta relación? Tanto la adolescencia como -en menor medida- la juventud son etapas cruciales en la configuración de las identidades de género (Escobar et al., 2018; Marcos-Marcos et al., 2020). Se trata de etapas en las que la búsqueda de referentes y la reproducción tradicional de los roles de género adquiere una gran importancia de cara a conseguir la aprobación externa respecto a su identidad. En el caso de la socialización masculina, las conductas temerarias -el riesgo y cierta vinculación con la violencia- forman parte del modelo de masculinidad hegemónica, que para muchos jóvenes sigue constituyendo un canon aspiracional (Rodríguez Luna, 2015; Vázquez y Castro, 2009; Kuric et al., 2022).

CONCIENCIA DEL RIESGO

Aún cabe preguntarnos si aquellos que están ubicados en las posiciones más temerarias son conscientes del suelo en el que pisan o si, por el contrario, se perciben a sí mismos sobre una superficie estable y firme. En cierto sentido podríamos decir que conocen el terreno en el que se encuentran, pues las personas con mayor tendencia a las conductas de riesgo tienden a presentar una peor autopercepción de salud física y, sobre todo, psicológica.

Sin embargo, cuando examinamos esta relación desde una perspectiva de género, nos encontramos con una paradoja más que confirmada por las investigaciones sobre género y salud (Caroli y Weber-Baghdiguian, 2016): los hombres presentan una mejor autopercepción de su estado de su salud -tanto físico como psíquico- que las mujeres, a pesar de que su probabilidad de acabar inmersos en situaciones de riesgo es mucho mayor.

Conciencia y autopercepción. Autoría: brenkee. Fuente: Pixabay.

Ante este fenómeno de desanclaje entre discurso y prácticas se pueden esbozar algunas posibles explicaciones. La primera -de carácter más psicologicista- apelaría al sesgo cognitivo conocido como «ilusión de invulnerabilidad», el cual se refiere a la tendencia de las personas a percibir que tienen menos probabilidades que la media de que le ocurran eventos negativos (Concha et al., 2012). La segunda -de corte más sociológico- apuntaría a cómo cuestiones como la autosuficiencia y la fortaleza constituyen piezas clave en la construcción de la masculinidad y, debido a ello, cualquier tipo de queja o declaración de malestar podría ser percibida como un cuestionamiento de su condición de género (Salguero Velázquez et al., 2018); así, se preferiría optar por el sufrimiento en silencio y la negación de la situación de salud que se experimenta.

Para posibles líneas de investigación futuras, parece de interés seguir explorando esta tesis del desanclaje de prácticas y confesiones -sobre sus percepciones- que hacen los hombres, en si los roles de género asociados a la masculinidad hegemónica inciden en la valoración que hacen los hombres de su salud y en las conductas asociadas al riesgo.

*Patricia Alia Martínez, Paula García Muñoz, Aarón Hocasar De Blas y Lucía Lapuerta Calderón son alumnas y alumno del Máster en Metodología de la Investigación en Ciencias Sociales: innovaciones y aplicaciones, de la Universidad Completense de Madrid (UCM).

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